En medio de un entorno internacional marcado por tensiones geopolíticas, disrupciones tecnológicas y competencia por la relocalización de inversiones, México enfrenta una oportunidad histórica: convertir el nearshoring en una verdadera política de Estado. La reindustrialización no solo es una meta económica, sino una condición para sostener el empleo, reducir desigualdades y fortalecer la soberanía productiva del país.
La presidenta nacional de Canacintra, María de Lourdes Medina Ortega, lo expresó con precisión: México debe fortalecer sus industrias existentes, impulsar las nuevas y asegurar la transferencia tecnológica que permita generar valor desde la innovación. El país no puede limitarse a ensamblar productos; necesita diseñar, desarrollar y patentar.
Los datos del INEGI son contundentes. Según los Censos Económicos 2024, las manufacturas representan ya el 34.4 % del valor agregado censal bruto, lo que confirma un repunte industrial después de años de terciarización económica. Sin embargo, este avance exige políticas públicas coherentes y continuidad institucional. México requiere una Ley Industrial moderna, que simplifique trámites, estimule la innovación y proteja a las empresas frente a la sobreregulación.
La estructura productiva nacional descansa sobre un actor fundamental: las micro, pequeñas y medianas empresas (MiPymes), que conforman el 99.8 % de las unidades económicas y generan la mayoría del empleo formal. No son un eslabón menor, son el cimiento del país productivo. En ellas reside la posibilidad de construir una nueva base de confianza entre el gobierno y el sector privado, capaz de sostener el desarrollo regional y la modernización tecnológica.
Canacintra impulsa una visión descentralizada del crecimiento, al dividir el país en 14 regiones industriales, cada una con vocaciones y fortalezas distintas. Desde los corredores automotrices y electrónicos del Bajío hasta la agroindustria del noroeste, la estrategia es clara: convertir la diversidad regional en una red de productividad nacional. Los parques industriales y los clústeres tecnológicos deben ser más que zonas de inversión; deben transformarse en ecosistemas de innovación, empleo y bienestar.
En este esfuerzo, la cooperación con el sector tecnológico es determinante. Gracias a alianzas con Amazon, Microsoft y Nvidia, Canacintra ha facilitado el acceso a más de 750 mil cursos de capacitación en inteligencia artificial y transformación digital, preparando al capital humano que México necesita para competir globalmente. La educación técnica, la ingeniería y la formación dual deben ocupar el centro de la agenda industrial, no su periferia.
Pero ninguna estrategia será suficiente sin una visión política integradora. La reindustrialización mexicana demanda un nuevo pacto nacional: uno donde la competitividad se construya con certidumbre jurídica, infraestructura moderna y financiamiento accesible. Las empresas requieren reglas estables y una banca de desarrollo activa; los trabajadores, formación continua y movilidad social; el Estado, coordinación interinstitucional y planeación de largo plazo.
México tiene las condiciones para pasar del discurso al liderazgo. Para lograrlo, la industria necesita más que incentivos: necesita instituciones fuertes y diálogo permanente entre gobierno, empresarios y academia. Reindustrializar no es solo producir más, es producir mejor, con inteligencia, tecnología y equidad regional.
En tiempos en que el mundo redibuja sus cadenas de suministro, el país tiene ante sí una decisión histórica: ser proveedor en la periferia o protagonista en el centro. La respuesta dependerá de nuestra capacidad de sumar voluntades, integrar regiones y alinear intereses.
El futuro industrial de México no se escribirá en los discursos, sino en los talleres, las fábricas y los centros de innovación donde se gesta el trabajo real. Reindustrializar para unir al país no es un eslogan: es una ruta de Estado que puede reconciliar productividad con bienestar, desarrollo con justicia y crecimiento con dignidad.